Todo lo que hemos venido experimentando en el país en los últimos tiempos, y sobre todo en los meses más recientes, nos pone ya sin alternativas ante la exigencia de emprender de inmediato un ejercicio de toma de posesión de la realidad tal como ahora se nos presenta de aquí en adelante. Esto debe ser reconocido en toda su dimensión, tanto estructural como existencial, porque si algo viene quedando cada vez más en evidencia es el hecho de que todos los viejos esquemas de funcionamiento nacional están hoy en día de inmediato al baúl de los recuerdos.
Como hemos reiterado tantas veces, sobre todo en el curso de esta etapa tan sobrecargada de desafíos de toda índole, lo que ya no podemos seguir haciendo, bajo ningún pretexto, es acudir a la conflictividad como excusa irresponsable. En definitiva, el conflicto no le favorece a nadie, y menos cuando se convierte en instrumento de batalla obsesiva, como ha venido ocurriendo entre nosotros. Debemos entender y aceptar que la democracia es sinónimo de entendimientos razonables, y así debe ser asumida para que pueda funcionar como tal. Esto no es una consideración teórica sino una exigencia práctica.
Una sociedad, cualquiera que sea su configuración y su proceso evolutivo, tiene que desenvolverse como tal, conforme a las épocas que le toca recorrer. En este sentido, todas las variantes que la configuran deben adaptarse a sus propios tiempos; y el tiempo actual está marcado por el imperativo democratizador. Es por eso que todas las expresiones y prácticas autoritarias se hallan en agudo cuestionamiento y en franco deterioro. Esto lo vemos aun en países que se han caracterizado por un perfil democrático en muchos sentidos ejemplar, como es Estados Unidos, donde el intento de Trump de quebrantar el sistema se ha visto desarmado por el sistema mismo, dejando una nota de alarma que no hay que perder de vista, sobre todo porque en esta era globalizadora todo puede pasar.
Sin embargo, ya deberíamos estar suficientemente convencidos de que no hay adversidad o trastorno que nos hagan revertir nuestra ruta de avance. Esta es una verdad que está por encima de las contingencias de cualquier tipo, y lo que ha venido pasando en los tiempos más recientes nos lo evidencia rigurosamente. Esa ruta de avance es, desde luego, un trayecto accidentado, en el que nos toca poner todo lo que sea preciso para asegurar el tránsito, y por eso las adversidades se van volviendo exámenes probatorios, unos más arduos que otros, pero todos decisivos.
Por la naturaleza de las circunstancias que ahora están imperando por doquier, lo único verdaderamente previsible es que nos vengan pruebas de supervivencia cada vez más demandantes. Han pasado los tiempos en que la previsibilidad estaba a la mano del poder, y hoy, por el contrario, es el poder el que está a la mano de la imprevisibilidad. Tenemos que someternos a esta lógica que no respeta fronteras de ningún tipo, y desde ahí movernos hacia lo que venga, sin temerle a ningún desafío volátil. Es la ley de los tiempos, graficada irreversiblemente.
David Escobar Galindo
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Columnista de LA PRENSA GRÁFICA