Tanto los lugares públicos, como los hogares, se llenan de altares u ofrendas para rememorar a los seres queridos con flores de cempasúchil, papel picado, velas, sal, agua, calaveras de chocolate y azúcar, el famoso pan de muerto, y la comida y el licor preferido de los antepasados. La idea es mágica y muy poderosa: festejar a los muertos durante unos días en los que sus almas retornan a este plano para compartir con los vivos.