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La fotografía


Maya se despertó sobresaltada de la cama. Estaba empapada en un baño de sudor. A duras penas atinaba a encender la luz de su lamparita de noche. ¿Qué hora sería? No recordaba lo que acababa de soñar. Mejor dicho, la pesadilla que le había sacudido desprevenida en mitad de la noche. Ella solía dormir de un tirón, sin problemas. Jamás se despertaba si no era por los sollozos nocturnos de Clara, su hermana pequeña, que dormía en la habitación contigua. Por eso no comprendía qué había ocurrido. Solo sabía que en cuestión de unas horas tenía que levantarse temprano para ir al colegio. Después del patio tocaba examen de matemáticas y se había preparado un fondo todo el fin de semana repasando fracciones y proporcionalidades.



«No puede ser, no puede ser», pensaba para sus adentros. Se dirigió hacia el baño de forma sigilosa. Le costaba respirar. No quería despertar a nadie, y menos a su madre, con la que había discutido a la hora de la cena. Últimamente se había vuelto una costumbre. Se enfadaba si sacaba menos de un siete en cualquier prueba y siempre le estaba regañando por la más absurda tontería. Al final, Maya sabía que tenía que claudicar y actuar como la hija responsable que había sido hasta ahora. Bueno, hasta que nació Clara y sus padres dejaron de mimarla para tener ojos solos para aquella pequeñajaja pelona que no dejaba de llorar.

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“No quería despertar a nadie, y menos a su madre, con la que había discutido a la hora de la cena. Últimamente se había vuelto una costumbre ”

Cerró a tientas la puerta del baño sin apenas hacer ruido. Estaba tiritando. Cogió el termómetro que estaba guardado en el segundo cajón y se lo colocó bajo la axila hasta que comenzó a pitar con un sonido desagradable. Lo paró de golpe: 36,5 grados. Muy bien, no tenía fiebre, pero la cabeza le daba vueltas. Por un momento creyó que le iba a estallar. Abrió ligeramente el grifo y dejó que un chorro de agua le despejara la cara. Estaba fría y no le importaba. Necesitaba despejarse. Estuvo unos minutos sentados sobre el borde de la bañera, haciendo ejercicios de respiración. De vuelta a su cuarto miró el reloj, eran las 4 de la madrugada. Imposible volver a dormir. No tuve sueño.



De repente tuvimos su mirada hacia la foto que tenía enmarcada sobre su mesita. Era el rostro de su abuela Nana, de su querida abuela Nana. La que siempre estaba a su lado para consolarla cuando algo iba mal, la mujer que tenía el estado cuidando de pequeña mientras sus padres cumplían con el horario rutinario de la oficina. La que le hizo reír a carcajadas cada vez que desafinaba canturreando madre mía de Abba y la única de la específica cariño de verdad ahora que una pequeña intrusa la había despojado del trono familiar.

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El cuarteto musical ABBA

El cuarteto musical ABBA
(Archivo)




La foto parecía algo extraña, estaba como descolorida. Maya se acercó un poco más para observar de cerca la imagen. «Qué raro», pensó. En efecto, los colores se antojaban borrosos y la enorme sonrisa que lucía su abuela, que en la foto la cogía fuertemente de la mano el día de la celebración de su quinto aniversario, dio la sensación de haber difuminado. Maya no entendía nada. ¿Estancia todavía sumergida en medio de la pesadilla? Intentó cerrar los ojos, pero solo viola el rostro de Nana desdibujado por todas las partes.



“Maya, Maya, despierta de una vez o llegarás tarde. Y hoy tienes examen de compañeros ”. La voz de su madre al otro lado de la puerta sonaba como un auténtico taladro. La niña abrió como pudo sus ojos legañosos y se vistió en cuestión de segundos. Recordaba haber pasado una noche insólita, pero poco más. Y seguramente el intenso dolor de cabeza con el que había levantado era fruto de haber pasado dos días mirando fijamente un montón de números que parecían absurdos. Solo pensar en el desayuno le entraban arcadas. Aun así no iba a decir nada a su madre de cómo se sentían. Maya no solía hacerlo y menos cuando había examen de por medio. Además, era lunes y ese día era especial porque venía a recogerla a la salida del colegio su abuela, que estaba algo mayor ya, pero era Maya como si no hubiera tenido edad, como si hubiera tenido anclaje en el tiempo y podría disfrutar para siempre de su buen humor y los bocadillos de sobrasada con miel que tanto le gustaban para merendar. Siempre presumía de ella con sus amigas.


“Era lunes y ese día era especial porque venía a recogerla a la salida del colegio su abuela, que estaba algo mayor ya, pero para Maya era como si no tuviera edad”




Esa tarde no vino. Era la primera vez que fallaba a su cita semanal. ¿Qué podría haber pasado? Llevaba esperando sentada en las escaleras de recepción más de veinte minutos cuando vio a su padre cruzar apresurado la puerta de la escuela con el cochecito rosa de Clara. “Maya, vamos para casa. Hoy la abuela no podrá venir. No se encuentra bien «. Pronunciadas de forma atropellada, las palabras que salían de su boca caían de una en una como una losa pesada en cada rincón de la mente de esa niña de doce años extremadamente sensible. Durante los quince minutos de trayecto a casa, su padre estuvo dando explicaciones sobre el extraño virus que había pillado y que por eso estaba en observación en el hospital.

-¿Podemos ir a verla ahora? Seguro que si le llevamos unos bombones de esos que tanto le gustan se pone bien.

-No, Maya. De momento no puede recibir visitas, y menos de los nietos. Hay que esperar a que mejore. Ya verás como en unos días se recupera.

Maya sabía muy bien que su padre no era del todo sincero. Su rostro empezaba a desencajarse en cuestiones de minutos. Sobre todo cuando los informativos no dejaban de repetir esa noche que al día siguiente no podríamos recoger y que no podría salir a la calle más que comprar comida o medicinas por culpa de una especie de enemigo invisible llamado coronavirus. La misma enfermedad que había pillado su abuela. ¡Maldito bicho!



Manos unidas de una abuela y su nieta

Manos unidas de una abuela y su nieta
(Archivo)




Durante la cena, su madre estuvo más amable de lo habitual. También le acarició el pelo con suavidad. ¡Y eso que Clara no paraba con sus berrinches !. Durante los quince días de confinamiento establecerían una pauta de horarios para los deberes y también tendrían tiempo de leer libros y ver algunas películas pendientes. Pero a Maya le importaban un carajo los deberes o la televisión, solo quería abrazar a su abuela y un maldito virus se lo impedía.

Aquella noche se fue a dormir temprano, observando detenidamente la foto que tan delicadamente presidía su mesita de noche. El pelo canoso y ondulado de Nana, con aspecto casi de algodón, se derretía como mantequilla ante sus ojos y casi podría notar su mano huesuda cubierta de manchas, apretando fuerte la suya. Se desplomó sobre la cama. Solo había pasado unas cuatro horas cuando se volvió a levantar de forma precipitada, otra vez rodeada de un sudor indescriptible, con unas ganas locas de llorar. Se contuvo. Tenía muy presente lo que acababa de ver entre una desoladora oscuridad: la imagen de su Nana que le decían adiós entre lágrimas. El rostro de su abuela en la fotografía ya era casi imperceptible mientras el suyo permanecía inmóvil, mirando fijamente a un horizonte lejano. «No, no, no», gritó. Rodeó la foto con sus brazos y se la apretó con fuerza al pecho deseando con toda su alma volver a ver a su Nana, cubrirla de besos y abrazos. Lloraba desconsolada …




“Tenía muy presente lo que acababa de ver entre una desoladora oscuridad: la imagen de su Nana que le decían adiós entre lágrimas”

En aquel instante apareció su padre:

-¿Qué te ocurre cariño? ¿Has tenido una pesadilla?

-Nana se está muriendo y nadie hace nada por evitarlo

Su voz entrecortada estremeció al progenitor, que acudió raudo a abrazarla. Le dije que su abuela estaba bien, que habían llamado poco del hospital para avisar que había bajado la fiebre y que había tenido una mejoría tan rápida que no daban crédito. Era una mujer muy valiente y estaba en buenas manos.

Ya llevaban cuatro semanas de confinamiento en casa y todavía quedaban algunos días más hasta que pudiera volver a la normalidad. O a alguna especie de normalidad después de una situación tan inverosímil, si eso era posible.

Maya estaba leyendo en su cuarto cuando, de repente, recomendado el impulso de echar la vista hacia su fotografía preferida. Su Nana sonreía al otro lado. Se la feliz, con todos sus rasgos y en su sitio. Ella le devolvió la sonrisa. Estaba más calmada. Después del almuerzo la perdió por teléfono. Era su rutina diaria desde que salió del hospital. Compartieron chistes y una canción desafinada. Por la noche durmió de un tirón.


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